A día de hoy, la inmensa mayoría de la sociedad es consciente del peso de los recursos naturales en las decisiones políticas y en la evolución de la economía en su conjunto. El control sobre las reservas de petróleo se erige como detonante de guerras y conflictos, mientras que los precios del oro y la plata se disparan a medida que el crecimiento económico se contrae, la confianza disminuye y los inversores se decantan por valores refugio. Hasta el cobre se ha convertido en objetivo tanto de ladrones de guante blanco como de organizaciones criminales de gran envergadura. A simple vista, puede parecer que los recursos naturales mueven el mundo. No obstante, ¿a nadie se le ocurre que quizá otro tipo de recursos ostenten aún un mayor poder? Por supuesto que sí, cualquiera que haya buscado empleo en los últimos años sabe de qué hablo; los Recursos Humanos, los dueños de nuestro futuro.
Apuesto a que ustedes también han sido testigos de la enorme proliferación de las denominadas “agencias de reclutamiento”, las cuales asumen, unas veces como intermediarios, y otras como responsables directos, la labor que tradicionalmente venían realizando los departamentos de recursos humanos presentes en cada compañía. Dichas agencias, revestidas de elegancia y modernidad, y con nombres que parecen sacados de novelas de John Grisham, utilizan criterios más absurdos que nunca, para la consecución del objetivo de siempre, esto es, seleccionar, no al mejor candidato, sino al menos malo. Nadie tendrá la más remota idea de cómo desempeñará el elegido las funciones que se le encomienden, pero al menos no será un psicópata asesino. Asunto resuelto. Que pase el siguiente.
Se preguntarán de dónde procede mi animadversión hacia los métodos utilizados en los procesos de selección. Muy fácil, los he sufrido en mis propias carnes demasiadas veces. Pero no hay resentimiento en mis palabras. De hecho, me considero un pequeño experto en estas “pruebas de personalidad”, a pesar de que he pagado un alto precio por serlo. Incluso ha llegado a afectar a mis relaciones sociales. Ríanse si quieren, pero en numerosas ocasiones me he despertado en medio de la noche tratando de explicar correctamente, y sin que parezca pretencioso, cómo me veo a mi mismo dentro de 3 ó 5 años. Además, hace tiempo que dejé de esforzarme en conocer a la gente o intentar saber si son “majos” o no. Ahora les propongo que, de forma excluyente, valoren de 1 a 3 los adjetivos sociable, líder y responsable. Y les contaré un secreto, mientras contestan, observo detenidamente el movimiento de sus manos. Me dirá todo lo que necesito saber.
Les aseguro que no es mi intención faltar al respeto a las personas que se ganan la vida dentro del sector. Ellos hacen su trabajo lo mejor posible, del mismo modo que lo haría yo en su lugar. Es el método lo que pretendo poner en duda. Método que habrá sido desarrollado, casi con toda seguridad, por algún psicólogo con infancia traumática, vida miserable y muerte prematura. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez que quizás ese método no sea aplicable a la gente común? ¡Señores, que yo sólo quiero trabajar para poder pagar la maldita tarifa plana del iPhone! Fíjense hasta dónde puede complicarse el asunto que, mientras navegaba por las redes sociales de “profesionales” encontré un artículo en el cual se sugerían respuestas, todas ellas válidas, a la pregunta de qué animal seríamos, la cual parece estar de muy moda entre los recruiters. Pero ahí no acaba la cosa, ¡El artículo incluía una explicación de por qué no debemos elegir nunca el Koala! ¡Por el Amor de dios! ¿Soy el único que cree que tener a Mofli de compañero de oficina sería de lo más cool?
Hagamos un trato. Yo les doy la razón y comprendo el porqué del uso de estos métodos. En definitiva, los filtros, buenos o malos, son imprescindibles. Pero esfuércense ustedes también y no insulten su propia inteligencia al creer el significado que con tanto ahínco pretenden otorgar a estas herramientas. Seamos francos, la búsqueda de empleo es ya una tarea suficientemente difícil como para que aquellos privilegiados que tienen la oportunidad de realizar una entrevista, sientan que, en vez de eso, se encuentran en un concurso de actores o en una mera lotería, dudando entre ser un mismo o decir tan solo lo políticamente correcto, aún a costa de parecer diez veces más tonto. Por tanto, mientras no reconozcamos que es imposible prever el desempeño futuro de un candidato y que inevitablemente es necesario asumir ciertos riesgos, la psicología barata continuará cerrando indiscriminadamente las puertas del mercado laboral a malos, buenos y mejores aspirantes.
Desgraciadamente y por el momento, no hay más remedio que adaptarse. Así que más vale que recuerden mis palabras y no le den tanta importancia a la OTAN, el FMI o la OCDE. RRHH: los amos del mundo. Luego no digan que no les avisé.